Hoy, hace veinticinco años, me gradué como médico. Desde que comencé mi formación, en estos cinco lustros he tenido etapas de encuentro y desencuentro con mi profesión; momentos en los que incluso decía que fui médico, pero que ya no lo era por dedicarme a la salud pública y a la docencia.
Debo reconocer que desde hace varios años me siento feliz y contento por mi profesión. El camino que me ha ofrecido la vida o que he labrado con mos buenas o malas decisiones e indecisiones me agrada, disfruto andarlo, sobre todo por que al mirar al horizonte no veo un final predecible y reiterativo. Aunque soy esencialmente un animal académico, los encuentros (y pocos desencuentros) con mis colegas y estudiantes me ofrecen sendas aventuras.
Se lo suelo repetir a los adolescentes indecisos que le coquetean a la medicina y me piden consejo (menos mal son pocos). Esta profesión ofrece un abanico tam amplio de posibilidades que si quiere pasar su vida con los ojos clavados en el microscopio lo puede hacer, o si quiere ver pacientes todos los días cual maquila de consulta o abrir abdómenes y acariciar tripas (sin importan de quien sean) también lo puede hacer; o si opta por el reconocimiento de la medicina como una actividad ineludiblemente social y política y amplia la interacción a los colectivos en procura de la buena vida, incluso, si deciden sumergirse en las densas aguas del activismo político… también vale. O si quiere escudriñar el pasado, ya sea buscando pistas para el futuro o por el simple placer masturbatorio intelectual, o si al final, sin pretender ser Chéjov o pretendiendo serlo, si lo que quiere es rescatar las historias cotidianas de su propia experiencia y del encuentro con otros… entra en el baile también. En fin, las posibilidades pueden ser inmensas en número y profundidad.
Claro, toda historia tiene su lado oscuro, cada opción no depende meramente de la simple decisión: si quiere ejemplificar lo que es la corrupción en un país como Colombia, basta ver los procesos de selección de la mayoría de universidades para acceder a los posgrados clínicos y quirúrgicos; tenemos un sistema de salud que ni es sistema ni es de salud y poco hemos hecho al respecto; y ni hablar de las cagadas profesionales o personales o las mixtas.
Pero hoy no quiero quejarme; hoy, quiero celebrar y reconocer que, veinticinco años después, cuando interactúo con mis compañeros de promoción, algunos más cercanos, muchos más distantes, veo esa inmensa pluralidad y me siento orgulloso de cada uno de ellos y sí, también me siento orgulloso de mi propio recorrido: un cuarto de siglo siendo médico.